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Pese a la brevedad y el particular desarrollo de su vida y vocación, y como si su evolución espiritual se hubiera realizado a presión debido a esa misma brevedad y a las circunstancias excepcionales, Rafael aparece como la realización plena de la gracia vocacional cisterciense: polarizado por Dios, como lo refleja su expresión característica: "¡ Sólo Dios !"


Rafael es testigo y testimonio de la trascendencia y de lo absoluto de Dios. No tanto de un Dios del que se saben muchas cosas, cuanto un Dios experimentado en la propia vida como Amor absoluto. La única aspiración de la existencia de Rafael fue "vivir para amar": amar a Jesús, amar a María, amar la Cruz, amar su querido monasterio.


Esta es la nota sobresaliente de su personal y rica espiritualidad. Su propio sufrimiento, aceptado como gracia de Dios, fue el despojo final que expresó este amor y lo purificó, al preparar a Rafael para la visión definitiva de Dios.
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